OWNI http://owni.fr News, Augmented Tue, 17 Sep 2013 12:04:49 +0000 http://wordpress.org/?v=2.9.2 fr hourly 1 Vida de mierda, comida de mierda, cuerpos de pobres (s) http://owni.fr/2010/04/11/vida-de-mierda-comida-de-mierda-cuerpos-de-pobres-s/ http://owni.fr/2010/04/11/vida-de-mierda-comida-de-mierda-cuerpos-de-pobres-s/#comments Sun, 11 Apr 2010 14:29:25 +0000 Laurent Chambon, traduction Ney Fernandes http://owni.fr/?p=11993
Impressionné par la qualité de l’article de Laurent Chambon “Vie de merde, bouffe de merde, corps de pauvres”, publié d’abord sur Minorités et qu’il a découvert sur Owni, Ney Fernandes l’a traduit en espagnol. Pour le remercier, c’est simple : partagez cette analyse avec vos amis hispanophones !

Laurent Chambon, doctor en ciencias políticas y cofundador de la revista Minorités, reflexiona sobre los orígenes de la pandemia de obesidad observada en Estados Unidos y su aparición en Francia. Este fenómeno es ante todo el síntoma de una sociedad profundamente desigual.

Cada vez que voy al suburbio donde crecí, el 91 [suburbio parisino, Essonne], varias cosas me impresionan: (1) todo está muy limpio y hay flores por todos lados, a pesar de los automóviles incendiados, (2) las zonas comerciales al estilo estadounidense (tiendas/galpones construidos de prisa alrededor de un estacionamiento) reemplazan los últimos bosques, (3) se ve que la gente tiene cada vez menos dinero y los supermercados han eliminado los productos más caros para ofrecer apenas lo más barato, (4) la fealdad comercial y la precariedad de los letreros publicitarios omnipresentes son extremas y (5) hay mucha gente muy gorda por todos lados. Más que gorda. Obesa, en realidad.

Hace cuatro años viajé a Detroit para mezclar mi primer disco. Allí, la fealdad estructural de la ciudad y la obesidad de la gente formaban parte del exotismo. Pero en mi casa, en el 91, la violencia de esa pobreza cultural y visual mezclada con la epidemia de obesidad me dejó pasmado. Mientras digería mi decepción encontré varios libros y artículos sobre alimentación, obesidad, clases sociales y revolución verde. Como siempre, hay que saber separar el trigo de la cizaña, por más difícil que sea.

Una de las teorías en boga en el norte de Europa es que la obesidad es una enfermedad mental. Una especie de anorexia al revés, mezclada con hábitos propios de una adicción, cierta debilidad moral y disfunciones de comportamiento. En vez de dejar que los laboratorios nos engatusen con píldoras mágicas que hacen adelgazar sin ningún efecto secundario, los médicos y sicólogos se dedican a profesar principios de autocontrol y elaborar terapias para impedir que la gente se atiborre como puercos.

Cosa de perezosos

No puedo negar que me produce desazón ver esos turistas estadounidenses obesos en Amsterdam que se hartan de menúes XL de papas fritas, hamburguesas y tortillas mexicanas (que contienen al menos media hoja de lechuga, cómo no), pero que tienen una crisis de asma si les sirven una Coca-Cola normal en vez de la versión dietética que pidieron.

Ver a un obeso comer en exceso es casi tan insufrible como esas campañas de las organizaciones de protección animal con cachorritos infelices encerrados en pequeñas jaulas. Hay algo obsceno en ese atiborramiento de obesos.

Así y todo, aunque nos den ganas de gritar que los estadounidenses son obesos por perezosos y golosos, me pregunto si no habrá una explicación realmente válida. Porque quien ha vivido en Estados Unidos sabe perfectamente que los más pobres son súper delgados o súper gordos. Los cuerpos de los estadounidenses delatan su pertenencia a una clase social, incluso antes que su acento y su ropa. Los ricos tienen cuerpos atléticos y dientes perfectos, los pobres no tienen ni lo uno ni lo otro, y la clase media lucha por limitar los estragos para no parecerse demasiado a los pobres.

Cuando se sabe a qué punto la meritocracia estadounidense es un mito y que tanto la riqueza como la pobreza se heredan, se llega a la conclusión de que debe haber algo más que la voluntad personal que permite a los ricos ser bonitos y obliga a los pobres a ser feos. Por lo tanto, el supuesto de que los gordos son gordos porque son perezosos, por más evidente que ello parezca, no me convence para nada.

Por más que los sicólogos intenten vendernos sus terapias antigula, yo no les creo.

Cosas de clase

Uno de los libros fundamentales de la década, que ya comenté en la edición n.º 10 de Minorités, es The Spirit Level, Why More Equal Societies Almost Always Do Better, de Richard Wilkinson y Kate Picket. El libro da a conocer una relación estadística entre las enfermedades y las desigualdades.

En resumen, mientras más desigual es una sociedad, más sus habitantes son gordos, depresivos y violentos. En las sociedades más igualitarias la gente controla mejor su vida: hay menos criminalidad, menos violencia, menos adolescentes embarazadas, menos violaciones, menos obesidad, menos enfermedades, menos extrema derecha…

Los dos sociólogos ingleses reconocen sin embargo que no pueden explicar en detalle todo el fenómeno: todo indica que las desigualdades son un factor de estrés individual y colectivo que tiene consecuencias dramáticas, pero no encuentran material científico que explique por qué el hecho de vivir en una sociedad desigual produce obesidad.

Pues yo di con un artículo de investigadores –posteriormente citado en Slate– que lograron demostrar algo realmente interesante: la obesidad no tiene una relación directa demostrable con la cantidad de alimentos ingeridos, ni tampoco es la causa de todas las enfermedades que suelen asociarse a los problemas de sobrepeso. En realidad, la obesidad es un síntoma de envenenamiento alimentario.

En pocas palabras, el cuerpo humano se protege de una alimentación de mierda almacenando los elementos que no sabe desintegrar o transformar en la parte externa del cuerpo, en su capa de grasa externa. Mientras más mierda comamos, más grasa repartimos sobre nuestro vientre, nuestros senos y nuestro trasero. Al cabo de unos diez años, cuando el cuerpo ya no logra defenderse y deja de almacenar toda esa basura en su grasa externa, los órganos internos se ven afectados y surgen las enfermedades derivadas de la obesidad.

Nación comida chatarra

En Fast Food Nation, un libro muy bien escrito que devoré de una tirada, Eric Schlosser explica cómo la industrialización de la alimentación en Estados Unidos fue acompañada por el surgimiento de una economía basada en sueldos bajos y de un proletariado ultramóvil y esclavizado a voluntad, y por la construcción de un país desigual donde las infraestructuras financiadas por todos están al servicio de los intereses de unos pocos grupos industriales.

El autor describe la explotación de adolescentes por parte de cadenas de alimentación rápida, la precariedad de los controles de higiene, la pésima calidad de los ingredientes utilizados por la industria alimentaria, la crueldad infligida a los animales y los trabajadores ilegales (cuyos restos pueden terminar mezclados en tu hamburguesa), sin olvidar la difusión de la mentira generalizada.

La primera mentira es la de la composición de los productos vendidos: grasa de pésima calidad, grasas trans (que ya han sido prohibidas en algunos estados y ciudades), uso de interiores y aditivos de todo tipo…

Lo más escandaloso es la mentira del olor y del sabor: para escondernos que comemos literalmente mierda, a la carne se le inyecta un sabor a “carne sellada a la parrilla”, mientras que las papas fritas precocidas vienen con un perfume de papas-ricas-que-ya-no-existen, la mayonesa trae una fragancia de queso y a los caldos de restos de pollo pasados por la centrifugadora para aumentar la cantidad de agua también se les agrega sabor a pollo.

En cuanto al umami, ese quinto sabor descubierto por los japoneses, el que tanto nos hace amar el sabor del pollo frito o de la carne asada, nada tiene que ver con los ingredientes o la cocción: proviene de aditivos químicos destinados a engañar el paladar.

No sólo nos venden mierda en embalajes bonitos, sino que además engañan nuestros instintos y nuestro olfato.

En Internet y en los diarios ha circulado un artículo famoso de una estadounidense que dejó al aire libre un Happy Meal™ –ese menú preparado por McDonald’s con tanto amor para los niños– para ver qué sucedía. Al cabo de un año seguía intacto, totalmente menospreciado por los hongos, las bacterias y los insectos. Si ni siquiera las bacterias y los hongos dan cuenta de ese tipo de comida, ¿cómo pretender que nuestro cuerpo pueda desintegrarla y encontrar en ella los elementos que necesita? Muchos padres que conozco y que leyeron ese artículo quedaron más que preocupados.Envenenamiento colectivo planificado

Basta con pasearse por cualquier supermercado estadounidense, neerlandés o británico para darse cuenta del predominio de la comida industrial: es casi imposible prepararse una comida con productos que no hayan sido procesados y carezcan de aditivos creados para engañar nuestros sentidos. Comer sano requiere disponer de recursos financieros y organizacionales que no están al alcance de los pobres.

Esa misma evolución se observa en el suburbio donde crecí: las tiendas de productos frescos cerraron sus puertas hace mucho tiempo y han sido reemplazadas por tiendas de telecomunicaciones, mientras los supermercados reservan cada vez más espacio para los platos preparados por la industria alimentaria (con márgenes de ganancia muy alentadores) en detrimento de los productos frescos no procesados (que ofrecen márgenes muy inferiores).

Vender un puerro a unos cuantos céntimos para preparar una sopa es mucho menos rentable que vender un litro de sopa por varios euros, sobre todo cuando no contiene más que almidón, potenciadores de sabor, grasas de mala calidad y sal.

De pronto, las estadísticas de los sociólogos cobran sentido: en las sociedades desiguales (encabezadas por Estados Unidos y Reino Unido) es donde se ve la pobreza más extrema, pero también donde la industria alimentaria ha desarrollado la mayor cantidad de alimentos a bajo precio para satisfacer las necesidades calóricas de los más pobres, porque su ingreso disponible es mucho más bajo que en los países más igualitarios.

Los países europeos que siguen esa tendencia fácil de la desigualdad también son los más afectados por la industrialización de la alimentación, una respuesta barata a la baja de sueldos reales y a la violencia organizacional infligida a las familias.

En una sociedad donde las personas ya no tienen muchas oportunidades para juntarse a comer porque se les exige ser más flexibles a la vez que se les paga menos, la comida chatarra industrializada pasa a ser una respuesta normal.

Campaña “comer y moverse”

Ante ese panorama, ver esas campañas públicas que llaman a “comer y moverse” (www.mangerbouger.fr) seguidas de avisos publicitarios de comida chatarra en la tele es algo que me saca de quicio. Dejan a las clases medias pauperizarse, transforman las ciudades en centros comerciales vulgares y accesibles únicamente en automóvil, donde la única comida disponible es mierda perfumada, y luego nos dicen que tenemos que movernos si no queremos terminar todos obesos.

Ahora que sabemos que nuestro cuerpo se pone obeso porque nos hacen ingerir productos tóxicos, y que comemos mierda porque así alcanzamos una organización óptima para maximizar las ganancias de algunos mientras mantenemos los sueldos de otros tan bajos como sea posible sin que la gente tenga hambre, ¿no les parece un tanto irónico escuchar que si movieran un poquito más su trasero serían menos gordos?

Lo que me enfurece más aún es que ya sabemos que el modelo de desarrollo estadounidense es catastrófico: una naturaleza agotada, ciudades feas donde se vive mal, clases medias pauperizadas y obligadas a vivir de los créditos porque el sueldo no da abasto para alimentar a la familia, y un cuasi monopolio de la alimentación industrial que ha provocado una obesidad pandémica y una morbilidad sin precedentes, incluso entre los niños.

Se sabe, pues, y no se hace nada. Seguimos igual.

Todo está muy bien y el país se moderniza. ¿Quieren un poco más de nuestra mierda perfumada? Eso sí, no sean perezosos y muevan un poco el culo…

> Article initialement publié sur Minorités.org, traduit par Ney Fernandes

> Illustrations par Lee Coursey, The Rocketeer, Mustu et Srdjan Stokic et colros (une) sur Flickr

> Légendes par la rédaction

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